• Un EsPaCiO pArA cOnOcEr MáS dE cErCa A lA cIuDaD qUe NuNcA dUeRmE... pArA dEsCuBrIr QuÉ nO lA dEjA dOrMiR...

  • A quién no le han contado alguna vez algún relato extraordinario pero que sin embargo roza el costado de lo increíble. Son experiencias que le ocurrieron al amigo de un amigo o al vecino de Fulanito pero que dentro de la cadena de relaciones nunca permiten llegar a la raíz del asunto. Lo cierto es que esas historias constituyen las leyendas urbanas de cada ciudad, sus cualidades míticas.

2008-10-14

El cuidador del cementerio

En el año 1910 un empleado que había sido cuidador del cementerio de la Recoleta durante 29 años, se suicidó. Su nombre era David Alleno, un inmigrante italiano que, aunque de origen humilde, era un enamorado del arte. Aparentemente, esta persona estaba fascinada con las maravillosas esculturas que adornan el cementerio, por lo que siempre tuvo el profundo deseo de que este sea su última morada y comenzó a ahorrar dinero para poder comprar su propia parcela dentro del cementerio. Su hermano, administrador del cementerio en aquel entonces, ganó la lotería y compartió el premio con David, lo cual le facilitó concretar su sueño. Así fue como construyó su propia tumba e inclusive viajó a su nativa Génova buscando a alguien que pudiera tallar su figura en mármol. Curiosamente, en la base de la misma, el escultor escribió: "fue cuidador del cementerio desde 1881 hasta 1910". Se dice que fue tal su emoción al ver la obra terminada y además, luego de leer esa frase, que no quiso contrariar lo que allí decía, por lo cual se suicidó para estrenar su bóveda.La persona que se encarga de la vigilancia nocturna jura haber visto el fantasma de David Alleno. Otros no lo han visto, pero aseguran que todavia se escucha el tintineo de las llaves a la hora en que comenzaban sus rondas, todas las noches.La bóveda tiene en la parte superior un busto de un señor con bigotes y en la puerta se lee "Juan Alleno", quien pudo ser el hermano o el padre de David, ya que ambos se llamaban igual.

Luz María García Velloso: la dama de blanco

Como habrán podido apreciar, me fascinan las insólitas historias de amor y tragedia que guarda el cementerio de la Recoleta. Tal vez, por su maravillosa arquitectura, por los ilustres muertos que descansan allí o, simplemente, porque me encantan las historias de fantasmas. Esta es otra de esas historias, la de Luz María García Velloso, quien murió en 1925, a la edad de 15 años, de leucemia. Era hija del dramaturgo Enrique García Velloso. Su tumba se encuentra a la derecha de la avenida principal del cementerio de Recoleta. Allí, una escultura de tamaño natural la representa dormida. Tras su muerte, su madre, desesperada y deprimida, obtuvo un permiso especial para permanecer junto a la bóveda por las noches, donde durmió en un pequeño espacio detrás de las rejas durante meses.A Luz María se le atribuye el protagonismo de la leyenda urbana más popular del mundo: la Dama de Blanco: dicen que varios jóvenes porteños se encontraron con una bella chica, a quien llevan a bailar o a tomar algo, ella siente frío y se lo comunica al jóven, este le presta su saco y ella lo mancha de café. Al día siguiente, cuando el joven concurre a la casa de la chica con el objetivo de recuperar su saco, lo atiende la madre, que le comunica que la jóven que había conocido horas antes está muerta desde hace años y le indica el lugar de su sepultura, en la Recoleta. El joven va al cementerio, incrédulo, y encuentra su saco sobre la bóveda. Algunas versiones más estrafalarias cuentan que el jóven, al conocer la verdad, enloquece o se suicida. Otra versión cuenta el encuentro de uno de los jóvenes con la madre de Luz María: la chica entra al cementerio una vez terminada la salida y se pierde entre las bóvedas, mientras el joven la sigue y comprueba que estuvo paseando con un espectro.El actor Arturo García Buhr decía que la había visto en las afueras del cementerio. Según contó Buhr, él le guiñó un ojo y siguió su camino. Durante años, los jóvenes porteños evitaron seducir a chicas en la esquina de Vicente López y Azcuénaga, lugar en el que se han dado la mayoría de los encuentros. Una vez más, una jóven que más allá de la muerte, va en búsqueda del amor que no pudo encontrar en vida o quizás, Luz María, no pudo dejar a su sollozante madre y se quedó para consolarla.

Olvidados en el ascensor

En el número 1841 de la calle Guido, una casona -actualmente sede del Consejo de Rectores de las Universidades Privadas (CRUP)-, fue el escenario de una historia teñida de sangre, una de las más negras de la vida porteña:
El 1° de enero de 1937, la familia Echagüe preparaba la casa para irse a la estancia donde pasarían los meses del verano. Ya todos habían salido de la casa menos el portero y su mujer, la mucama, que vivían arriba; pero el viejo mucamo Juan, que hacía las veces de mayordomo, creyendo que ya habían salido, cortó la corriente eléctrica y luego salió, cerrando con llave la gran puerta de entrada. Ahora bien; en el momento en que Juan cortaba la corriente eléctrica, el portero y su mujer venían bajando en el ascensor. Cuando tres meses después volvió la familia Echagüe, encontraron en el ascensor los esqueletos del portero y la mucama que se había convenido permanecerían en Buenos Aires durante las vacaciones.
Esta crónica está incluída en uno de los escritos de Ernesto Sábato, en el “Informe sobre ciegos” de su novela Sobre héroes y tumbas. Pero esta narración cobra una nueva dimensión en el momento en que el relator tiene la convicción de que aquel episodio era obra concienzuda y planeada por una secta, e imagina los macabros detalles del episodio: primero la sorpresa del portero al ver que el ascensor se detiene justo entre dos pisos; aprieta el botón una y otra vez, abre y cierra la puerta de fuelle. Luego grita hacia abajo. Nadie le responde. Grita varias veces más. Vuelve a gritar junto con su mujer; lo hacen durante cinco o diez minutos...y nada. Ninguno de los dos quiere decir algo desesperante, pero ya comienzan a pensar que tal vez se hayan ido todos y hayan cortado la corriente. Comienzan entonces a dar alaridos de terror, emitiendo aullidos de animales enloquecidos y acorralados, y golpean con debilidad creciente el bloque macizo del entrepiso. Pasan las horas y nada sucede en aquella silenciosa mansión abandonada; el horror empieza nuevamente a devorarlos. En aquel cuchitril, en las tinieblas, tirados en el suelo (se sienten, se tocan), ambos piensan en la misma y horrible cosa ¿qué comerán cuando el hambre sea insufrible? ¿cómo será la muerte por hambre?. En fin, es seguro que al cabo de cuatro días, quizá menos, de encierro hediondo y salvaje, el más fuerte coma al más débil. En ese caso, el portero come a la mucama, primero en forma parcial, empezando por sus dedos, después de golpearle la cabeza contra las paredes del ascensor. Finalmente la come íntegra. Dos detalles confirman mi reconstrucción, termina Sábato: la ropa de ella, arrancada a jirones, aparecía por el suelo, entre la inmundicia; muchos de sus huesos, también, como si hubieran sido arrojados uno después de otro por el mucamo caníbal. Mientras que el cuerpo podrido y parcialmente esquelético de él estaba a un costado, pero íntegro.” Historia, leyenda o imaginación, lo cierto es que muchos creyeron firmemente la veracidad del episodio, y se comenta haber oído, a altas horas de la madrugada, voces implorantes que surgían del hueco del ascensor o pasos lejanos resonando en la silenciosa casa desierta.

El fantasma del museo

El Museo de Arte Hispanoamericano "Isaac Fernández Blanco" guarda entre sus paredes una de las leyendas urbanas más populares. Este museo no solo custodia los objetos de arte de distintos períodos históricos, sino también una historia de fantasma que asustó incluso a un presidente norteamericano y a los poetas Oliverio Girondo y Manuel Mujica Láinez.
En ese lugar funcionó una compañía importadora de esclavos y mas tarde perteneció a la Parroquia del Socorro, en la década del 20 el arquitecto Martín Noel construyó allí un complejo de estilo neocolonial, con jardines andaluces. En 1937 se creó en el lugar un Museo que la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires llamaría mas tarde con su nombre actual.Se dice que en el lugar aparece el fantasma de una joven de 17 años que murió de tuberculosis cuando aún el predio era de dominio parroquial. En 1928, cuando ya era conocido como la “Mansión Noel” se alojó allí Herbert Hoover, presidente de los Estados Unidos, que se quejó por los lamentos y ruidos de puertas que se escuchaban por la noche y no le permitían dormir, incluso sus acompañantes dijeron haber visto una figura paseando por los jardines. También en tiempos actuales hay personas que aseguran haber visto una figura extremadamente blanca merodeando por el lugar.Los poetas y escritores de la década de 40 acostumbraban a reunirse en la casona del poeta Oliverio Girondo y su esposa Norah Lange, que vivían en las inmediaciones de la mansión Noel, los visitantes de la pareja aseguraban que por las noches veían al espectro, pasear por los jardines e incluso algunos decían que habían dialogado. Se dice que, en 1989, el “fantasma del museo” inquietó a la bailarina española Graciela Ríos Saiz al salirle al encuentro cuando ensayaba en los jardines del museo.Leyenda urbana o realidad, lo cierto es que esta aparición, que desde 1920 atormenta a distintos huéspedes de aquella mansión.

Elisa Brown: la novia de arena

Elisa, hija del Alte. Guillermo Brown, estaba comprometida con el marino Francisco Drummond, Pancho Drummond era escocés, pero luchaba en la marina inglesa. Se radico en Buenos Aires y empezó a frecuentar la quinta del almirante en Barracas. Alli conoció a Elisa. Él tenia 24 años y ella 17. Se comprometieron y planearon casarse cuando la guerra terminara.El 6 de abril de 1827, Drummond marchó a la guerra con la flota de Brown. Muy pronto sobrevinieron grandes dificultades.Drummond, que ya estaba herido, tomó un bote y fue arrimándose al resto de los barcos en busca de municiones para continuar la lucha. En el momento de abordar la goleta Sarandí lo alcanzo una bala enemiga. Drummond comprende que va a morir y entrega a su amigo, el capitán Coe, el anilo nupcial para Elisa y alcanza a mantenerse vivo hasta la llegada del propio almirante, en cuyos brazos muere. Elisa recibió la noticia sin derramar una sola lágrima. Algunos dicen que la envolvió una silenciosa demencia.Pasaron los meses y una tardecita de diciembre, se vistió con el traje de novia que no pudo estrenar para la boda y se sumergió en el Río de la Plata, acabando con su vida.Fue enterrada junto con Drummond en el Cementerio de la Iglesia del Socorro, nunca unidos en vida, al menos descansarían juntos en la muerte. Posteriormente fue trasladada a la Recoleta, donde descansa bajo la misma columna que su padre.Muchos aseguran haber visto su fantasma deambulando por la zona de La Boca y Barracas. Otros la han visto caminando por la costa del río, por donde suelen quedar sus huellas marcadas.

La Torre de Clementina

En el barrio de La Boca, sobre la calle Benito Perez Galdós 390, se encuentra uno de los edificios “malditos” de la ciudad, la torre de los fantasmas, obra del arquitecto Guillermo Álvarez. Según esta leyenda urbana, la artista que habitaba esta torre puso fin a su vida sin dejar evidencia de ello. Desde entonces, la Torre ganó fama de estar embrujada, y su actual residente asegura que, por la noche, los pasos de la muerta no lo dejan dormir. Algunos boquenses que pasan frente a ella, los más viejos, aún se persignan como protegiéndose de las historias que la rodean. En ese lugar vivió Clementina, una pintora que compartía sus días con una familia de gatos y, según los vecinos, no salía mucho. Todo hacía pensar que tenía una vida tranquila, casi aburrida, pero un día ocurrió algo que pronto se convirtió en una pequeña leyenda urbana.
A pesar de que prefería la soledad de su atelier, y quizás con el único fin de dar un poco de vuelo a su alicaída carrera pictórica, Clementina aceptó realizar una entrevista, la misma se realizaría en su propia casa, y Clementina accedió a que se tomaran fotografías de algunas de las obras que aún no había expuesto.La charla se desarrolló con normalidad, casi con monotonía, pero cuando el periodista hizo revelar las fotografías supo que esta podía convertirse en una de las mejores historias que habían llegado a sus manos. Sin perder tiempo, se dirigió a la casa de Clementina para mostrarle lo que había descubierto.La pintora se sorprendió al verla nuevamente, pero más lo hizo al ver las imágenes. Allí, entre sus pinceladas, aparecían tres hombrecitos muy pequeños que ella no había pintado. Los duendecillos o fantasmas parecían jugar sobre las telas, mezclándose entre los colores y los dibujos. Clementina no quiso hablar sobre el tema. Evidentemente perturbada por lo que acababa de ver, invitó al periodista a retirarse de su casa y sólo deslizó un enigmático comentario: "usted no tenía que verlos".Al poco tiempo Clementina aparecía en el diario, pero en la sección de noticias policiales. Algunos vecinos escucharon un disparo en la casa de la pintora y temiendo por su vida, llamaron a la policía. Nadie había salido del departamento cuando los oficiales llegaron al lugar, pero al forzar la puerta no encontraron nada extraño. Todo parecía normal, salvo por un pequeño detalle: ni Clementina ni sus pinturas estaban allí. Nunca se supo qué fue de ella.
En estos momentos la torre será convertida en una galería de arte colectivo, por lo que además de su fantasma, el espíritu de Clementina seguirá entre sus paredes.

Misterio en el Monumental

Me pasaron un artículo del Diario Popular que habla de una leyenda urbana que yo desconocía (si bien conocía el hecho ocurrido), se trata del misterio de la antigua puerta 12 del estadio Monumental. Si bien muchos de nosotros aun no habíamos nacido para ese enctonces, la mayoría sabemos que el 23 de junio de 1968 ocurrió la mayor tragedia del futbol argentino, exactamente en esa puerta del estadio, identificada con la letra M. Durante el final del partido entre River Plate y Boca Juniors por el campeonato Metropolitano, centenares de hinchas intentaban abandonar el estadio y un error de organización que aun no encuentra culpables generó la tragedia: algo impedía la salida, los molinetes estaban trabados (una trampa terrible si los simpatizantes que están abajo no pueden salir y los que están arriba empujan y empujan sin saber qué sucede). En ese instante se produjo una avalancha que arrojó el saldo de 71 muertos y más de 60 heridos, la mayoría asfixiados. Detrás de esta tragedia hay una leyenda urbana: siempre cerca del aniversario de la tragedia, precisamente frente a esa entrada aparecen prendas, zapatillas y pertenencias de usanza habitual en aquel año y que nadie, absolutamente nadie, puede explicar su presencia que, incluso, a veces se repite en otros momentos del año.Como medida para afrontar los extraños fenómenos, las autoridades de River promovieron que el estadio fuera bendecido y si bien los sacerdotes hicieron su trabajo acorde a las normas eclesiáticas, las manifestaciones extrañas nunca desaparecieron. Fuente: Diario Popular del 22/06/2008.

Fantasmas del Banco Nación

El edificio del Banco Nación, sito en Rivadavia y 25 de mayo fue construido sobre un terreno conocido como "El Pozo de las Ánimas", donde estuvo la primera Capilla de la Colonia y su cementerio.
Según denuncian empleados de seguridad y limpieza del edificio, una niña fantasma se pasea por una zona de máxima seguridad del Banco Nación. Uno de los empleados asegura haber escuchado ruidos en ese sector. De hecho, la cámara 4 del circuito de seguridad del Banco registró a una niña de aspecto fantasmal y de silueta difusa con una muñeca en sus manos en un sector del segundo piso del edificio. Nunca hubo explicaciones pero se sabe, aunque fue negado repetidas veces por las autoridades del Banco, que la niña no fue la única aparición sinó la más mentada.

Los fantasmas de la bombonera

Resulta que no solo el Monumental es escenario de sucesos inexplicables, la Bombonera está repleta de historias vividas y contadas por los empleados del lugar.
Entre las muchas historias, hay personajes que se repiten en varios relatos: un hombre de camisa blanca que está sentado en las butacas del sector L de la Bombonera, una mujer vestida de novia y un chico que viste bermudas, zapatillas blancas y remera azul. -Al hombre de la camisa blanca, un día llegamos a acorralarlo- cuentan los empleados de seguridad- fuimos con los muchachos por distintos sectores, y... Fue increíble, se esfumó. Lo veíamos, lo veíamos bien cerca y en un momento no lo vimos más. Desapareció"-.Cuentan también que lo más habitual es ver luces que se encienden en distintos sectores. Después de la recorrida final, se apagan todas las luces. Pero de repente se pueden encender las del vestuario de Primera e incluso las de los baños.En la Bombonerita, se abren puertas que estaban cerradas con llave.Cuenta Oscar Verna, el encargado de mantenimiento de las máquinas de café, que luego de terminar su trabajo a las 9 de la noche en el primer piso de La Bombonera empezó a escuchar los pasos de la hinchada bajando las escaleras.Durante la madrugada, en las recorridas de rutina y cuando las luces están apagadas, "se escuchan ruidos que llegan desde la bandeja que utiliza La Doce, se observan sombras movilizándose a toda velocidad y en distintas direcciones", según el testimonio de un vigilador.Algunos aseguran que mucho contribuye el hecho de que cada tanto se dispersen, en el césped de la Bombonera, las cenizas de socios muertos a los que se les cumple esa última voluntad.Federico Retore, utilero del equipo de básquet, ya no va más tres horas antes de los partidos: "Lo peor me pasó una noche que llegué a las 11 para preparar la ropa de los muchachos porque a las 2 nos íbamos a Sunchales y a Paraná. Salí a fumar un cigarrillo y afuera vi a un hombre alto, de traje gris. Era de tez blanca pero no alcancé a distinguir sus facciones. Ni me di vuelta para entrar y el tipo había desaparecido. Los muchachos me dicen que, por la descripción que les di, puede ser el utilero anterior, el Tarija Fernández". El Tarija Fernández era, efectivamente, el anterior utilero y murió hace un tiempo en un baño de Casa Amarilla. Retore también se acuerda del día en que escuchó pelotazos en el gimnasio y ruido de mancuernas chocando con el piso. Eran sonidos sin una imagen que los acompañara. Nadie estaba jugando al básquet, nadie estaba haciendo gimnasia.