• Un EsPaCiO pArA cOnOcEr MáS dE cErCa A lA cIuDaD qUe NuNcA dUeRmE... pArA dEsCuBrIr QuÉ nO lA dEjA dOrMiR...

  • A quién no le han contado alguna vez algún relato extraordinario pero que sin embargo roza el costado de lo increíble. Son experiencias que le ocurrieron al amigo de un amigo o al vecino de Fulanito pero que dentro de la cadena de relaciones nunca permiten llegar a la raíz del asunto. Lo cierto es que esas historias constituyen las leyendas urbanas de cada ciudad, sus cualidades míticas.

2007-09-10

El fantasma de Horacio Quiroga


Según los registros más fieles, la última vez que Horacio Quiroga puso un pie en Salto fue hacia fines del año 1902 o principios del 1903, cuando ya estaba radicado en Buenos Aires luego del trauma que le había provocado la muerte de su amigo Federico Ferrando. Juró entonces -cosa que literalmente cumplió- no regresar jamás en su vida. Pero muchos son los biógrafos que han advertido que, hacia los últimos instantes de su vida, Horacio Quiroga planeó casi secretamente una íntima reconciliación con el suelo natal. En buena medida, este propósito ya podría adivinarse considerando con atención la correspondencia quiroguiana hacia la época de su segundo exilio misionero y las reiteradas ocasiones que en ella el escritor recuerda con cariño y nostalgia las ya lejanas horas de la juventud.

Un tiempo más tarde el escritor comenzaría a padecer los primeros síntomas de un irreversible cáncer gástrico, y tanto su salud como su desequilibrado estado anímico lo arrastraron obligatoriamente hacia Buenos Aires. Allí, aquejado por el sufrimiento y la soledad, la idea del suicidio se instaló en su mente con más fuerza que la del regreso.

Sin embargo, es verosímil que hacia sus últimos segundos, y ya de cara a Dios, Quiroga siguiera pensando, como en un sueño, en su Salto nativo. Pensó tal vez que solamente en Salto había encontrado alguna vez diversión. Que entre los amigos que lo acompañaron fielmente durante toda su vida figuraban muchos salteños. Que fueron los primeros escritos salteños, acaso, los únicos que le produjeron verdadera felicidad creativa.

Es también verosímil suponer que la fatídica noche de febrero de 1937 en que Quiroga entró en la muerte en el Hospital de Clínicas de Buenos Aires, luego de ingerir una fuerte dosis de cianuro, llevara todas o siquiera algunas de estas imágenes impregnadas en su retina.

Pues bien, tal es la razón, y no otra, por la que el fantasma de Horacio Quiroga se aparece todavía en tantos lugares del Salto: para conseguir, desde el más allá, la anhelada vuelta al hogar que su cuerpo humano no pudo alcanzar en vida. Tal vez también por esta razón, los lugares en que con más frecuencia se manifiesta su espectro sean las dos casas que éste habitó en la ciudad. En la primera, ubicada sobre calle Uruguay, sucesivos inquilinos han visto ciertas noches al fantasma de Quiroga deambulando por la oscuridad de los corredores, envuelto en una larga manta de color rojo; y en la segunda, la casona ubicada sobre Avenida Viera en que funcionaba hace no mucho tiempo la llamada "Escuela al Aire Libre", suele presentarse a los niños, caseros y cocineros del centro educativo, la mayoría de las veces sentado en una silla de hamaca ubicada junto a la estufa del lugar, aunque también hacia los terrenos del fondo, revolviendo las plantaciones de verduras o utilizando clandestinamente las herramientas del galpón. En tales casos, el fantasma aparece invariablemente con el aspecto con que recuerdan a Quiroga sus últimas fotografías: enflaquecido, la piel arrugada y amarillenta, la espesa barba comiéndole la cara, la mirada triste y como perdida en el vacío.

Pero no son por cierto éstos los únicos sitios de sus póstumas peregrinaciones salteñas. Por el contrario, se refieren apariciones suyas en la zona de la Costanera Sur, más precisamente en los alrededores del Mausoleo erigido en su nombre y en el que está ubicada la famosa -y también maldita- urna de Ezria que guarda sus terrenales cenizas. Igualmente, hay testimonios que aseguran la presencia del fantasma de Horacio Quiroga re-editando en bicicleta la célebre travesía Salto-Paysandú, pedaleando muy orgulloso con su camiseta del Club Ciclista Salteño. Tales apariciones salteñas del espectro de Quiroga, naturalmente, suelen promover el espanto de sus ocasionales testigos.

Sin embargo, viéndolo de otro modo, son la cosa más natural del mundo. Al fin y al cabo ¿qué otro destino más conveniente para el fantasma de un hombre que en toda su vida no fue sino un perpetuo desterrado, que el de intentar recuperar, al cabo de ésta, el familiar sabor del suelo natal, vale decir, regresar a las entrañas mismas de la madre tierra?

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