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  • A quién no le han contado alguna vez algún relato extraordinario pero que sin embargo roza el costado de lo increíble. Son experiencias que le ocurrieron al amigo de un amigo o al vecino de Fulanito pero que dentro de la cadena de relaciones nunca permiten llegar a la raíz del asunto. Lo cierto es que esas historias constituyen las leyendas urbanas de cada ciudad, sus cualidades míticas.

2007-09-13

La señora del cinco


Hace muchos años, vivió en el centro una señora que trataba muy mal a sus dos hijos; se la pasaba gritándoles y siempre los tenía encerrados. Con el paso de los años los niños crecieron, se volvieron hombres y encontraron esposa. Así, la mujer se quedó sola y entonces su conciencia empezó a molestarla; le dieron remordimientos por la forma en que trató a sus hijos. Como no podía estar en paz, una tarde decidió visitar al sacerdote.

—Padrecito, vengo a confesarme, tengo que contarle todo el daño que he hecho. La señora le confesó lo que hizo y el sacerdote la escuchó con atención. Cuando terminó, dijo con seriedad: —Hija mía, tus pecados son muchos, ¿cómo es posible que hayas tratado así a tus hijos? Para salvar tu alma, tienes que realizar un viaje a la ciudad de Roma lo antes posible, ya que sólo ahí te darán el perdón que necesitas. —Pero es que soy muy pobre, estoy sola y no tengo a nadie que me ayude —dijo la señora. —Si es así —dijo el sacerdote— para reunir el dinero del viaje tendrás que pedir limosna, pero sólo recibirás monedas de cinco centavos; cuando te den monedas con otro valor las devolverás. —Sí, padre, así lo haré.

La señora salió de la iglesia resignada a hacer lo que el padre le había dicho y luego luego se puso a pedir limosna. —Señor, ¿no me regala un cinco? —No traigo, pero aquí tiene veinte centavos —le ofreció el señor. —Gracias, pero yo sólo quiero un cinco —contestó y devolvió la moneda. —¡Ya, limosnera y con garrote! —le dijo el señor muy ofendido.

Pasado un tiempo, la gente comenzó a llamarla la señora del cinco; siempre se le vio afuera de la iglesia en actitud humilde y, decidida a llevar a cabo su promesa, no le importaba la lluvia o el calor intenso. Tantos meses de esfuerzo quebrantaron su salud, así que poco antes de completar el dinero para realizar su viaje, enfermó gravemente y murió.

Una noche de tantas, los perros comenzaron a ladrar sin razón, un viento helado se coló por puertas y ventanas, y una vieja vestida de negro con velo en la cabeza empezó a recorrer las calles solitarias.

—Señor, ¿no me regala un cinco? —pedía aquella mujer. —No traigo señora, pero tenga diez centavos.

En el momento el viento arrebató el velo a la señora y en lugar de su cara estaba la de una calavera. Del susto, el joven pegó una carrera que no paró hasta llegar a su casa. La noticia de que la señora del cinco se estaba apareciendo corrió como reguero de pólvora, por lo que la gente se dio a la costumbre de cargar sus cincos en la bolsa y otros de plano ya no salieron en las noches, por miedo a que la calavera les pelara el diente.

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